Ante la turbulencia que viene: recuerda, advierte y recupera

La historia de la Iglesia enseña que cuando el hombre se despoja de su carácter religioso, el resultado es tener que vivir un tiempo eminentemente revolucionario y demoledor.

Ya lo vivimos con el surgimiento del protestantismo, el también llamado cisma de occidente, que se despojó de la verdadera fe, y como bandera escribió la negación de toda tradición eclesiástica y se opuso totalmente a la concepción de todo lo que existe como nuestra religión siempre lo ha enseñado. Los reformadores llevaban dentro de sí el germen que prometía grandes transformaciones no importando cualquier consecuencia. Y en efecto se produjo un trastorno en la manera de existir de todos los pueblos. Rompió la unidad de la Iglesia, y posteriormente se fragmentó a sí mismo.

Alguna ocasión, un buen señor cura nos leyó una circular diocesana donde se pedía calma en los tiempos de turbulencia. Se esmeró mucho en lograr que se mantuviera la calma y se siguiera fielmente la disposición indicada. Hoy ante los vientos huracanados de Roma y con el fuego a toda candela en la Amazonía, no podemos esperar que nuestro carácter religioso, sea resguardado.

¿Qué nos enseña ese señor cura, de vida ejemplar? Por favor, por favor, por favor.

 

La fe en Dios impulsa y dirige todo

Nos recuerda ante todo, que la verdadera fe en Dios es lo que impulsa y dirige todo a buen fin en nuestras vidas. Que cuidemos no perder la fe porque sin ella es imposible agradar a Dios, es imposible llegar al cielo, sin fe no se salva nuestra alma. Que la verdadera fe es la de nuestra Iglesia Católica.

Tener fe nos hace felices en esta vida y en la otra, porque quien no tiene fe le faltan razones para vivir. Salvar el alma, es ser bienaventurado, es el asunto más importante que hay que resolver en este mundo, y un buen cristiano alcanza la salvación.

 

Los errores contra la fe son herejías

Nos advierte -como muchos papas lo hicieron-, sobre los errores contra la fe, las herejías, que se encuentran en todo lugar incluso dentro de la misma Iglesia. Siendo una de las más grandes la “indiferencia religiosa”.

Es ya muy común que cualquiera ande difundiendo falsedades contra la fe; las verdades de la fe están contenidas en los catecismos serios, que se han elaborado en la historia de la Iglesia, que contienen y explican lo que nuestro Divino Redentor dijo e hizo en este mundo y que se contiene en los santos Evangelios. Fueron escritos de manera ordenada, entendible y didáctica para que desde el más docto al más sencillo lo entienda y lo pueda hacer vida.

Cuidado con quien dice que lo importante es ser buena persona y con eso se va al cielo, que el purgatorio no existe, que el infierno es mentira, que hay un mismo dios en todas las religiones, que en todas las religiones se llega a Dios.

Pero también cuidémonos del hombre que se dice y define como tolerante, incluyente, respetuoso de los otros, y que defiende la paz. En este tiempo de turbulencias ya llegamos a parchar los ornamentos sagrados con estampados de piel de animales. Amigos y familiares, ya son presa muchas veces de los herejes que propagan una “iglesia linda” donde todo se ve bien, y nada cuesta, y hasta los pecados se pueden presumir.

 

Lex orandi, lex credendi

En tercer lugar, nos dice: así como rezamos, así creemos. Así como dejemos de rezar perderemos la fe, pero si rezamos nuestra fe crecerá sin medida.

Entre los muchos elementos perdidos en la oración de la Iglesia se mutilaron muchos ritos y gestos, como el silencio, persignarse varias veces, arrodillarse, el uso del velo en las mujeres, escuchar no para entender sino para acompañar la oración del sacerdote ofreciendo el Santo Sacrificio del altar, y tanto más que ayuda a encontrarse de manera personal con Dios.

Recuperemos en lo posible, desde la mañana agradecer y ofrecer a Dios la vida, dar gracias antes de tomar los alimentos y después de haberlos comido, ofrezcamos nuestro trabajo, recemos el rosario, concluyamos nuestro día con un examen de conciencia, agradeciendo todo lo recibido y pidiendo por las almas por las que tenemos responsabilidad de pedir y que en el purgatorio se purifican. El viacrucis y la abstinencia de carne los viernes, los ayunos, las procesiones, las novenas, los triduos, las vísperas solemnes, las predicaciones especiales, los ejercicios espirituales, los retiros, todo esto y más se dejó por una “creatividad evangelizadora” que muchas veces se reduce a echar porras y al poco recogimiento.

 

No podemos huir de este deber

El testimonio de las primeras comunidades cristianas nos muestran la fe que les impulsaba, la meta que anhelaban y su manera en que vivían en este mundo:

Carta a Diogneto (siglo II)

Los cristianos viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y , sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero el lecho no. Viven en la carne, pero no según la carne, viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo.

Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se les condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento de su fama, y ello atestigua su justicia. Son los maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en un cuerpo. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque les impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres. El alma ama al cuerpo y sus miembros, a pesar de que éste le aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido al cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero son los que mantienen la trabazón del mundo.

Jorge A. Rangel Sánchez